sábado, 21 de abril de 2012

El miedo. Y el asco.



Te pide que le repitas de nuevo eso de que todos pueden tener una buena vida; los viejos, los feos, los que no se integran; los huérfanos, los inválidos, los que no tienen nada que vender. Los inteligentes, los abandonados, los gordos. Le dices  claro que sí, pero sabes que es mentira y que, en realidad, todo será un romper contra la nada. Vendedora de esperanza.  


Al final ha dejado de escuchar tus palabras porque palabras tiene cualquiera y, con suficiente tiempo y experiencia, las palabras de aliento dejan de tener efecto. Vendedora de nada. Por el camino de los egoístas, los que se presentan a si mismos como la última redención, los verdaderos, los que ocultan en su interior toda la vulgaridad envuelta en las mentiras que se dicen, a si mismos, para no verse reflejados en la nada que en realidad poseen. 


Se levanta una mañana con la sensación de que, en la noche, ha tomado una decisión que no es tal, porque no implica acción ninguna. Dejarse llevar. Y se encuentra observando sin desaliento ninguno la estupidez con la que engalanan su vida los que creen que van a parte alguna. Un perder su tiempo y el de los demás para mantenerse entretenidos en la mentira que es creer. 


Destruir, como sea, al  que te enfrenta a la verdad. Encubrir, como sea, cualquier atisbo de verdad. Emborrachar la soledad intrínseca con cerveza y con risas. Fingir amor. Mentir. 



martes, 10 de abril de 2012

Beneficios de los cuarenta: Que pocos pelirrojos hay en este país, galletas aptas para celiacos y las Olimpiadas del sexo.

Me siento ignorada. Y cachonda. Pero sobre todo ignorada. Luego me ha dado por pensar que a ver si, en realidad, me he convertido en una obsesa del sexo. La culpa la tiene Tumblr, no os engañéis, no es una plataforma para el intercambio de fotografías: Es un tablón de anuncios sexual, pero en bien. Tumblr gotea feromonas adolescentes y yo, que soy mucho de asomarme a cualquier movimiento colectivo que no requiera de mi ninguna acción activa y me permita un mucho de ser observadora de lo que sea, me zambullo en las procelosas aguas de la frustración sexual de medio planeta y nado cual privilegiada y envidiada cuarentañera bien casada y bien follada. 

Qué ilusa, la señora polvo seguro. 


La Primavera. 

Luego me ha dado por pensar que, lo que ocurre, es que de tanto ir de provocativa libertina y sexual  verbalmente liberada me he convertido en mi propio mito y en una caricatura de mi propio personaje. Con el espíritu práctico que me caracteriza, decidí hacer un estudio de campo que diera respuestas a las siguiente preguntas:

A/ ¿ Estoy obsesionada con el sexo o es que me aburro?
B/  Para la sociedad y a nivel sexual, ¿ hay realmente una gran diferencia entre los treinta y muchos y los cuarenta? 
C/  Realmente, ¿cuánto me aguanta el cuerpo hoy en día?

La Semana Santa ha llegado y es el momento adecuado for goin' Racin' in the Street para reflexionar en voz alta sobre el sexo, en particular, sobre el mío.
En primer lugar, decido realizar una encuesta, silenciosa, sobre el apartado B para lo cual decido salir de Pequeño Barrio Obrero ( aquí el que no folla es porque no quiere, porque ganas hay a patadas) y trasladarme al centro, bastante ligera de ropa, pero sin exagerar, pertrechada por un libro, para dar sensación de intelectualidad y apartar el fantasma de la prostitución callejera ( yo qué sé, no mido mi fuerza ni mis capacidades ni nada) y lanzarme a ligar por la calle, a las 5 de la tarde, a ver que pasa. 

¿ Y qué es lo que pasa? Nada. No pasa nada. Porque un factor con el que no había contado es el de mi xenofilía sexual: No me ponen nada los españoles. De verdad que lo intento, pero es que no puedo. Mi adolescencia fue un sufrir por este tema: ¿ me das un besito? Sí, pero que conste que te lo doy con un poco de repugnancia, porque eres muy moreno y muy peludo y...bajito y, puf. Señor, llévame pronto. A los países bajos a ser posible. 

Tras dos horas por la calle, consigo un rozón en un talón, gastarme 30 euros no presupuestados, ligar sin proponérmelo con dos lesbianas ( no, el experimento era meramente heterosexual en este caso) y darme cuenta de que estoy rodeada de feos. Sí, feos. Eso me hace sufrir.
Cuando de repente y justo en el momento en el que me había dado por vencida, aparece por la esquina  una cabeza gengibre acompañada del resto de mobiliario que viene de serie en los tíos macizos - bultos por todas partes-  y, por pedir que no quede, ¡encima sabe vestir!. Le miro. No, no me estoy explicando, me lo como con la vista. Le lamo mentalmente y pongo cara de lo mismo ( que suerte no verme a mi misma) Me mira. Pone cara de lo mismo. No de mirarme, sino de sentirse lamido y agradarle y de darme lo mío. Sí, lo sé. Un sólo espécimen NO sirve para un estudio de campo, pero ¡ qué narices!, que tengo cuarenta. Sirve para hacerme feliz. Me voy a casa tan contenta. Con que poco se conforman algunas, amigos.

Segunda parte del experimento: Apartados A y C. Las Olimpiadas del Sexo. Me propongo echar seis polvos en dos días, con lo que espero:

1. Qué se me quite el espíritu primaveral por una temporada.
2. Comprobar si lo mucho cansa. ( yo qué sé, llevo 15 años casada. Dejadme)
3. Ver si se me llena el ojo antes que la calabaza. Seis polvos, qué bien. Y luego al segundo te apetece más ver la teletienda, vete tu a saber.
Por supuesto, y en previsión de que el interesado que va a poner la parte contratante  salga huyendo de ejercicios espirituales al sofá de un amigo,  no le hago partícipe de mis intenciones. Más bien, ladinamente, me aposto por las esquinas. No es necesario que entre en detalles. Cuando me impongo un objetivo, lo cumplo. Cueste lo que cueste. Las conclusiones son las siguientes:

Primera: Una cuarentañera es, básicamente, invisible. A no ser que enseñe teta. Entonces como si tiene quince. 

Segunda: Si a los veinte echas una mirada provocativa a alguien por la calle eres un zorrón y te miran como tal. A los cuarenta, si echas una mirada provocativa el interesado se lo piensa. Mucho. Por cierto, el interesado no tenía más de 25. ( Qué sí, joder, que un sólo espécimen no sirve para una encuesta. Y a mi qué. Qué me dejéis he dicho)

Tercera: Tengo que incluir más vitamina K en la dieta. Tengo moratones.

Cuarta: No pesan los kilos. Pesan los años. Jamás pensé que tendría que parar en medio del sexo para labores de avituallamiento.

Quinta: Sigo con las mismas ganas de sexo. ¿ Esto con la edad va a más? En serio. Mal pero mal pero mal de mal.

Sexta y última: Si vas a organizar unas Olimpiadas del Sexo, avisa. No es que le tenga enfadado precisamente, pero estoy en la cama sola comiendo galletas. No sé que pensar de esto. Creo que me voy a sumergir en Tumblr un rato. 




viernes, 6 de abril de 2012

Hyperballad






Con las manos atadas a la espalda, atadas a la espalda. Con la mente libre a cien por hora, a cien mil kilómetros por hora, rastregando los brazos contra las paredes, contra las ideas, contra ti si hace falta. Contra ti estaría la mar de bien. Con las manos atadas a la espalda.




Me dejo caer hasta el suelo, porque yo quiero. Ya subiré otra vez. Sé lo habla, sé lo que dice, hasta aquí todo fueron juegos, preparativos, preliminares. Sé de lo que habla, me rebelo, rujo y me rebelo. Hago mohines contra el espejo, el espejo que distorsiona las imágenes de lo que ha sido, está roto en el suelo. Me va a dar igual. Con las manos atadas a la espalda  ahora también puedo avanzar.




Hay una arboleda en el espacio infinito que bordea las dos de la mañana, a donde van a parar los sueños inmaculados, los que nunca definiste con palabras, los escondidos, los que el mal hacer del aprender no ha podido mancillar, los ni siquiera te atreviste a mirar de frente, a ponerles nombre, los que tu mente no podía siquiera preveer. Espejos de carne. Los sueños que sólo puedes conocer cuando has perdido el miedo, el miedo que se pierde cuando has tenido todo el miedo del mundo. Del mundo mundial. Todo para ti. El miedo, los hilos finos  -sí, a veces son hilos rojos- unidos en una soga gruesa, a tu espalda, las manos atadas a la espalda, corriendo entre la arboleda.




A las dos de la mañana.




Sé de lo que habla. Estoy oyendo su voz. Entre la arboleda. Hacia la arboleda.