lunes, 26 de septiembre de 2011

Whatever prize there was I could only observe. Where does it end? How can I be cured before it ends?




Era, de todas las cosas malas, la peor que podría pasar. Se sentaba atenta y esperaba a que ocurriera la nada. Por la ventana, entraban cosas. Se sentaba, atenta, y esperaba todas las cosas que tenían que pasar, las que propiciaba, las que deseaba, por las que duramente trabajaba. Se sentaba.


Ese día, como todos, se sentó. Le miraba. Y sentía como, de apagar fuegos, dejaba de pensar en apagarlos y dejaba de ser, y dejaba de pensar. Se cogía las manos, apretadas, en el regazo, y hacía una súplica silenciosa a un ente inexistente. No pedía un cofre lleno de piedras preciosas, ni un anillo brillante,  una nueva encimera para la cocina, la verdad de todas las cosas, la paz eterna; se sentaba, le miraba, suplicaba muda. Le miraba. No pedía un ramo de rosas, ni una mirada suya que no estuviera colgada de un viga del techo, con tres facturas con los bordes rojos y una lista de la compra; una mirada rasposa de extraño y de conocido y de no me mires así. Que soy fea para ti. 

Ella se apretaba las manos y pedía a su ente invisible, misterioso y divergente (¡el del diente prominente, eh, tú, ente!) una palanca. Una palanca brillante y cromada, con 5 velocidades largas y tres cortas, luces de freno y un pomo con una calavera circunscrita en un anillo de llamas, atrapadas para siempre en metacrilato suave: Una palanca de control. De su vida, de su vida, de la suya, de la suya, de la suya de la suya de la suya de la suya de la suya ...

Una palanca, se sentaba. Se sentaba. Y, por la ventana,entraban cosas. Cosas que ella no tenía, ya no tenía, terrazas, con mesas y, sobre las mesas, vasos rubios de cerveza, ceniceros sin usar y gotas de sol atrapadas en gotas de agua atrapadas en superficies lisas que brillaban hasta su ventana y entraban, como cosas olvidadas, golpeaban. Y la brisa. 


Por la ventana. 

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