martes, 20 de septiembre de 2011

In motion



Un buen plan ejecutado de manera 
violenta esta semana es mejor que 
un plan perfecto la semana que viene
- PATTON

Creo que no es necesario ejercer una fuerza exagerada para quebrar la voluntad más resistente, de igual manera que creo sólo fueron necesarios cuatro soldados para mantener miles de prisioneros tras una simple alambrada en un campo de exterminio. 
En el sur de Francia, es costumbre atar a las terneras en su infancia a un poste que en una semanas se retira. Así las vacas, pase lo que pase, nunca vuelven a moverse de un mismo sitio. Debe ser genial saber que no sólo vive para ti el animalito sino que, además, no se le ocurrirá moverse el resto de su vida. Genial para quien sea genial ese tipo de cosas, digo.

Creo que no es tan difícil encontrar a cierto tipo de gente. Cada uno es un soldadito alemán, o un atador de tiernas terneras a postes imaginarios. Claro que verlo, buscarlo en uno mismo, no mola nada. 

Aparece en mi puerta llorando a las 11 de la noche, con ese gesto quebrado que sólo tienen los ancianos y yo le miro con el mismo escepticismo con el que miraría caer las lágrimas de Mengele. Que duda cabe que Mengele se cogería un disgustillo de vez en cuando, no sé, se le caería al suelo su matraz favorito;  20 años después  recordaría su pérdida y , labilidad emocional, le daría por llorar desconsolada y arrugadamente. Yo qué se. Los viejos sólo son viejos. Parece que las arrugas, los bastones y los achaques ejercieran un efecto pacificador ante los ojos ajenos. El paso del tiempo como juez, jurado y ejecutor, y la sentencia tener el cuerpo como una pasa y la polla como un orejón. Yo que sé. Chorradas. Culpabilidades colectivas. Un Mengele viejo no es más que un Mengele joven con menos porte. Y mira que los alemanes tenían porte, coño, que gente, como les quedaban los uniformes. Que buen ojo el de Hitler eligiendo cortes y colores, caray. 

En fin, ante mi puerta, lagrimeando. Y moi, estatua de sal. Huye de casa como el adolescente que es y el hombre que nunca fue y viene hasta mi puerta y se queja y me dice que le maltrata y que no puede seguir así y que "antes dormirá en la calle" duduaaaah y se sienta ante la mesa de mi cocina y, antes de que apoye el culo en la silla ( la mía), ya me he abierto una botella de rosado espectacular que enfriaba en el frigorífico y me pongo a liarme  un American Spirit con pasimonia y pienso que si me pongo justo a ahora a contar de 100 a 0 de 7 en 7, cuando termine de hablar puedo estar lo suficientemente borracha para no rememorar nada. La nada. 

Así que me concentro en una nada estilo la  Historia Interminable que sale de la punta de mi lengua sonrosada y se extiende por el borde de mi copa, reluciente y preciosa, sigue por el tallo de cristal hasta las puntas de mis dedos; crece y crece y se come mi cuerpo y, como es una nada de silencio y de calma infinita, me ha convertido en hielo traslúcido y no me queda semejanza alguna con un ser humano. La verdad es que, cuando termina, no estoy bastante borracha, pero los seres de hielo traslúcido y de sal y de piedra no necesitan beber nada ni el alcohol rosado ecológico - de vides retorcidas bajo el sol de la yerma tierra menos humana que imaginarse pueda- les hace efecto alguno, así que no me asombra ni una pizca, oye.

Dejo la copa con cuidado sobre la mesa de la cocina y abro mi boca y de mi boca, conformadas por el espacio que antes era vino y humo, brotan palabras que ni oigo, porque para qué, y que él tampoco oye, porque para qué; porque hace tanto tiempo que dejó de escuchar nada que no fuera lo que quería oír que la voz ajena ha dejado de tener efecto alguno sobre él. Y lo curioso es que yo lo sé, y lo curioso es que las cosas que digo las digo, simplemente, porque puedo decirlas. Ese es un privilegio que pertenece a unos pocos. Al fin y al cabo, oír al Mengele quejarse de Himmler no deja de ser un juego vano. O puede que sea la príscina certeza de saber que, si ambos siguen vivos es, exclusivamente, porque un día del pasado recóndito -hace realmente mucho mucho tiempo en una lejana galaxia-  se me ocurrió que el mejor castigo para que expiaran sus pecados era dejarles con vida. Y que su vida durara el mayor tiempo posible. Y que tú puedas verlo, bonita. 

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