Acaricio con un pie descalzo el polvo del suelo de terrazo del balcón y miro el peatón verde parpadear en el semáforo a 100 metros de aquí. Plick, plick, plick, plick. En absoluto silencio. Un borracho pasa y la brisa suave sopla entre los dedos de mis manos. Entre los dedos de mis manos.
Por las olas verdes y cargadas de arena entre los dedos de mis manos, las páginas de libros que amarillean cerrados y que no puedo leer. Oler. Los trenes que, de dos golpes secos, comienzan su viaje nocturno en este preciso momento sin moverse de su sitio, viendo el paisaje gris noche cerrada y amarillo lámpara de sodio correr. Los viajes que no podré hacer. Los viajes que no podré hacer. Las conversaciones perdidas en universos paralelos donde todo es aprender, donde todo es aprender, donde todo es saber y soñar con saber y apoyar la cabeza en la almohada y soñar con, al día siguiente, volver a aprender. Por las sobremesas entre los árboles perdidas, por las hormigas dibujando arabescos de pequeños granos de arena bordeando las chanclas amarillas bajo el sol que no puedo sentir. Por las almohadas frescas y los desayunos de terraza de hotel. Por avanzar y caer y volver a avanzar y crear y saber. Por las olas verdes y cargadas de arena, hacia las olas azules y profundas y dormir.
Hace muchos muchos años, cuando los dinosaurios poblaban la tierra, una dulce niñita -que vivió tres años secuestrada en medio de esta lujosa fantasía en la campiña- se hizo con un cargamento inagotable de deliciosa drogaina que iba dosificando en suculentas dosis individuales a lo largo del día. Para nuestra historia no importa el cómo, sino el qué. Se levantaba, un café, una pastilla; comía, un café, una pastilla. Una copa. Dos. tres.
Y así, con esa alegría, pasaban los días, las semanas y los meses; entre idas y venidas a su almacén de la alegría, entre darle todo igual e importarle todo una mierda, entre ponerse de la mañana a la noche y sufrir ataques de pánico en lujosos centros comerciales... o en medio de la hora de la comida, o en el coche de línea; pues bien es sabido que ciertas cosas, una vez que has pasado por ellas y han entrado en tu vida, las has de tener de compañeras hasta que se cansen de sorberte los sesos y dejarte los huesos secos.
Durante un año completo su existencia consistió en no tener existencia ninguna, lo que dadas las circunstancias no sólo fue lo mejor que le podía haber ocurrido sino que, probablemente, salvó su vida. Que bonito. El que no se consuela es porque no quiere, no lo dudéis, amiguitos. (Hay otra historia en medio de la oscuridad y el silencio de las tres de la mañana, en una ciudad perdida; de otra ella en otra vida, bajo el fluorescente de una pequeña cocina, en cuclillas sobre un cajón abierto repleto de medicinas, y ver aparecer la luz del día y perder la capacidad para hablar para siempre jamás. Pero esa, digo, es otra historia y esta noche estoy contenta; mientras escucho piar a un pájaro que ha quedado atrapado en un alambre en el balcón frente a mi ventana. Le oigo morir y no puedo hacer otra cosa más que escribir. Continuemos con el cuento)
Todas las historias tiene un principio, un nudo y un desenlace...porque si no aburren, y aburrirse es como sufrir: Definitivamente malo para el cutis. Así que esta historia llega a su nudo al final de unas nevadas vacaciones de navidad. Tras la resaca de las fiestas, cuando todo el mundo tiene que volver cabizbajo a su trabajo y cierto almacén de drogas amanece mondo y lirondo. Tal vez fue mala gestión empresarial, tal vez, sencillamente, que todas las tablas de salvación han de llegar a su fin. O tal vez fuera puta mala hostia del destino, que es así. Pero siempre nos han gustado los retos y, ¿no es la adversidad una oportunidad de enfrentarse a uno mismo? O de desintoxicarse, que ya puestos... Desintoxiquémonos, pues.
Bruce Springsteen, que debe ser un tío muy sabio, (si la sabiduría se mide por el éxito y el dinero acumulado) dice algo así como que lo que hace a ciertas personas interesantes es que tiene un "algo", un algo que se deja entrever en su arte, algo que las carcome por dentro y de lo que no se pueden librar; y que hace que los demás se pregunten y quieran saber más. Que es ESE algo el que les lleva a tener un trabajo y una vida interesantes. Querido Bruce Springsteen, déjame darte un consejo: Olvídate.
Recuerdo un paisaje gris y nevado. Un paisaje gris y nevado en la soledad más absoluta. La soledad más absoluta. Y el horror es que puedo rememorar -hasta ver, tocar, sentir y oler- otra vez cada una de las cosas que he vivido. Te regalo mi algo, Bruce Springsteen, te lo regalo para que puedas componer otra vez. Te regalo este algo en particular. Y el siguiente algo. Y el siguiente. Los tres.Te regalo todos los algos por los que he pasado, a los que me he enfrentado, por los que he vivido. Te regalo el Miedo y te regalo haberme sobrepuesto al Miedo y te regalo el superar haberme sobrepuesto al Miedo. Te regalo haber vivido mis tres vidas distintas. Te regalo mi asperger y mi jeringuilla.
Te pide que le repitas de nuevo eso de que todos pueden tener una buena vida; los viejos, los feos, los que no se integran; los huérfanos, los inválidos, los que no tienen nada que vender. Los inteligentes, los abandonados, los gordos. Le dices claro que sí, pero sabes que es mentira y que, en realidad, todo será un romper contra la nada. Vendedora de esperanza.
Al final ha dejado de escuchar tus palabras porque palabras tiene cualquiera y, con suficiente tiempo y experiencia, las palabras de aliento dejan de tener efecto. Vendedora de nada. Por el camino de los egoístas, los que se presentan a si mismos como la última redención, los verdaderos, los que ocultan en su interior toda la vulgaridad envuelta en las mentiras que se dicen, a si mismos, para no verse reflejados en la nada que en realidad poseen.
Se levanta una mañana con la sensación de que, en la noche, ha tomado una decisión que no es tal, porque no implica acción ninguna. Dejarse llevar. Y se encuentra observando sin desaliento ninguno la estupidez con la que engalanan su vida los que creen que van a parte alguna. Un perder su tiempo y el de los demás para mantenerse entretenidos en la mentira que es creer.
Destruir, como sea, al que te enfrenta a la verdad. Encubrir, como sea, cualquier atisbo de verdad. Emborrachar la soledad intrínseca con cerveza y con risas. Fingir amor. Mentir.
Me siento ignorada. Y cachonda. Pero sobre todo ignorada. Luego me ha dado por pensar que a ver si, en realidad, me he convertido en una obsesa del sexo. La culpa la tiene Tumblr, no os engañéis, no es una plataforma para el intercambio de fotografías: Es un tablón de anuncios sexual, pero en bien. Tumblr gotea feromonas adolescentes y yo, que soy mucho de asomarme a cualquier movimiento colectivo que no requiera de mi ninguna acción activa y me permita un mucho de ser observadora de lo que sea, me zambullo en las procelosas aguas de la frustración sexual de medio planeta y nado cual privilegiada y envidiada cuarentañera bien casada y bien follada.
Qué ilusa, la señora polvo seguro.
La Primavera.
Luego me ha dado por pensar que, lo que ocurre, es que de tanto ir de provocativa libertina y sexual verbalmente liberada me he convertido en mi propio mito y en una caricatura de mi propio personaje. Con el espíritu práctico que me caracteriza, decidí hacer un estudio de campo que diera respuestas a las siguiente preguntas:
A/ ¿ Estoy obsesionada con el sexo o es que me aburro?
B/ Para la sociedad y a nivel sexual, ¿ hay realmente una gran diferencia entre los treinta y muchos y los cuarenta?
C/ Realmente, ¿cuánto me aguanta el cuerpo hoy en día?
La Semana Santa ha llegado y es el momento adecuado for goin' Racin' in the Street para reflexionar en voz alta sobre el sexo, en particular, sobre el mío.
En primer lugar, decido realizar una encuesta, silenciosa, sobre el apartado B para lo cual decido salir de Pequeño Barrio Obrero ( aquí el que no folla es porque no quiere, porque ganas hay a patadas) y trasladarme al centro, bastante ligera de ropa, pero sin exagerar, pertrechada por un libro, para dar sensación de intelectualidad y apartar el fantasma de la prostitución callejera ( yo qué sé, no mido mi fuerza ni mis capacidades ni nada) y lanzarme a ligar por la calle, a las 5 de la tarde, a ver que pasa.
¿ Y qué es lo que pasa? Nada. No pasa nada. Porque un factor con el que no había contado es el de mi xenofilía sexual: No me ponen nada los españoles. De verdad que lo intento, pero es que no puedo. Mi adolescencia fue un sufrir por este tema: ¿ me das un besito? Sí, pero que conste que te lo doy con un poco de repugnancia, porque eres muy moreno y muy peludo y...bajito y, puf. Señor, llévame pronto. A los países bajos a ser posible.
Tras dos horas por la calle, consigo un rozón en un talón, gastarme 30 euros no presupuestados, ligar sin proponérmelo con dos lesbianas ( no, el experimento era meramente heterosexual en este caso) y darme cuenta de que estoy rodeada de feos. Sí, feos. Eso me hace sufrir.
Cuando de repente y justo en el momento en el que me había dado por vencida, aparece por la esquina una cabeza gengibre acompañada del resto de mobiliario que viene de serie en los tíos macizos - bultos por todas partes- y, por pedir que no quede, ¡encima sabe vestir!. Le miro. No, no me estoy explicando, me lo como con la vista. Le lamo mentalmente y pongo cara de lo mismo ( que suerte no verme a mi misma) Me mira. Pone cara de lo mismo. No de mirarme, sino de sentirse lamido y agradarle y de darme lo mío. Sí, lo sé. Un sólo espécimen NO sirve para un estudio de campo, pero ¡ qué narices!, que tengo cuarenta. Sirve para hacerme feliz. Me voy a casa tan contenta. Con que poco se conforman algunas, amigos.
Segunda parte del experimento: Apartados A y C. Las Olimpiadas del Sexo. Me propongo echar seis polvos en dos días, con lo que espero:
1. Qué se me quite el espíritu primaveral por una temporada.
2. Comprobar si lo mucho cansa. ( yo qué sé, llevo 15 años casada. Dejadme)
3. Ver si se me llena el ojo antes que la calabaza. Seis polvos, qué bien. Y luego al segundo te apetece más ver la teletienda, vete tu a saber.
Por supuesto, y en previsión de que el interesado que va a poner la parte contratante salga huyendo de ejercicios espirituales al sofá de un amigo, no le hago partícipe de mis intenciones. Más bien, ladinamente, me aposto por las esquinas. No es necesario que entre en detalles. Cuando me impongo un objetivo, lo cumplo. Cueste lo que cueste. Las conclusiones son las siguientes:
Primera: Una cuarentañera es, básicamente, invisible. A no ser que enseñe teta. Entonces como si tiene quince.
Segunda: Si a los veinte echas una mirada provocativa a alguien por la calle eres un zorrón y te miran como tal. A los cuarenta, si echas una mirada provocativa el interesado se lo piensa. Mucho. Por cierto, el interesado no tenía más de 25. ( Qué sí, joder, que un sólo espécimen no sirve para una encuesta. Y a mi qué. Qué me dejéis he dicho)
Tercera: Tengo que incluir más vitamina K en la dieta. Tengo moratones.
Cuarta: No pesan los kilos. Pesan los años. Jamás pensé que tendría que parar en medio del sexo para labores de avituallamiento.
Quinta: Sigo con las mismas ganas de sexo. ¿ Esto con la edad va a más? En serio. Mal pero mal pero mal de mal.
Sexta y última: Si vas a organizar unas Olimpiadas del Sexo, avisa. No es que le tenga enfadado precisamente, pero estoy en la cama sola comiendo galletas. No sé que pensar de esto. Creo que me voy a sumergir en Tumblr un rato.
Con las manos atadas a la espalda, atadas a la espalda. Con la mente libre a cien por hora, a cien mil kilómetros por hora, rastregando los brazos contra las paredes, contra las ideas, contra ti si hace falta. Contra ti estaría la mar de bien. Con las manos atadas a la espalda.
Me dejo caer hasta el suelo, porque yo quiero. Ya subiré otra vez. Sé lo habla, sé lo que dice, hasta aquí todo fueron juegos, preparativos, preliminares. Sé de lo que habla, me rebelo, rujo y me rebelo. Hago mohines contra el espejo, el espejo que distorsiona las imágenes de lo que ha sido, está roto en el suelo. Me va a dar igual. Con las manos atadas a la espalda ahora también puedo avanzar.
Hay una arboleda en el espacio infinito que bordea las dos de la mañana, a donde van a parar los sueños inmaculados, los que nunca definiste con palabras, los escondidos, los que el mal hacer del aprender no ha podido mancillar, los ni siquiera te atreviste a mirar de frente, a ponerles nombre, los que tu mente no podía siquiera preveer. Espejos de carne. Los sueños que sólo puedes conocer cuando has perdido el miedo, el miedo que se pierde cuando has tenido todo el miedo del mundo. Del mundo mundial. Todo para ti. El miedo, los hilos finos -sí, a veces son hilos rojos- unidos en una soga gruesa, a tu espalda, las manos atadas a la espalda, corriendo entre la arboleda.
A las dos de la mañana.
Sé de lo que habla. Estoy oyendo su voz. Entre la arboleda. Hacia la arboleda.
Hicimos el amor bajo los pinos y en la playa y disfrutamos de todas esas cosas que se suponen hermosas del amor enloquecido, y romántico, como dos borrachos de absenta mecidos por la inconsciencia;y atufados de hormonas, de las buenas, de las que no te dejan pensar y gana alguna que tienes, y el recuerdo de esos días y la rememoración continua y el repetir los mismos actos en diferentes escenarios nos tuvieron entretenidos, como niños, los siguientes 4 años, hasta que, un día, la realidad hizo mella y no hubo rememoración ni fantasía ninguna que permitiera engañar a nuestras tripas. Así fue entonces cuando la decisión fue consciente, cuando nada vino dado, cuando dieron un paso al frente, los valientes.Tú y yo.Donde los demás se pierden, sentimos orgullo de sobrios, sobrevivimos la resaca de lo que viene sin esfuerzo y fácilmente.
No sé bien como la conversación, que tenía perfectamente encaminada a un fin único -el sexo- acabó deviniendo en la lucha contra la tentación y el sufrimiento. Es curioso, siempre son los que se quejan de la superficialidad que les rodea, los que atesoran la verdad que nos va a librar a la raza humana de esta decadencia en cuesta abajo que es la perpetua búsqueda del placer inmediato, los mismos, digo, que lo saben todo sobre el placer y sobre el dolor, los que sabes a buen seguro que, con un mínimo esfuerzo por tu parte, van a caer en tus garras a poco que te esfuerces. Los reprimidos, los conocedores de todas las consignas. Los que tienen más miedo.
La búsqueda del placer inmediato.
La huida del esfuerzo y el dolor.
Me pregunto si estarán igual que ahora mismo estoy yo, en sus casas con todas las luces encendidas, con el mp3 tronando o con la televisión de fondo, tal vez rodeados de personas o tal vez arropados por la nada, agazapados ante la pantalla azulada, convencidos de que están haciendo todo lo necesario para alcanzar la meta única que es ser feliz, a través de no pensar nunca más nada, y de repetir lo mismo que han oído tantas veces sobre qué es lo que hay que hacer, decir, pensar y ser.
Es muy tonto imaginarse a uno mismo único. Si yo tengo hambre, si quiero sexo, si tengo ganas de asomarme a la ventana y gritar hijo de puta, si no sé muy bien lo que estoy haciendo, a dónde me encamino, todos estamos igual. Lo malo de que te digan mil veces que algo es malo para que no lo pruebes es que, antes o después, reprimes la necesidad de probarlo, te convences de que la idea siempre ha sido tuya y de que el que se lanza hacia delante es raro. Te convences y te lo crees aunque eso suponga cortarte en trozos y enterrarlos y no verlos e inventarte un nuevo tú más acorde con lo que un tú debe ser para ser tú.
Hay que ser feliz, o esforzarse en serlo. Pero el camino trillado es único. Por el camino, que no es tuyo, que te lo han robado, hay que hacer las mismas cosas que los demás han hecho, hay que tener la misma expresión en la cara y llevar la misma ropa. Dime ahora, si eso es cierto, ¿por qué los que fueron antes que tú se han muerto con la misma expresión de desazón y con el mismo discurso de desaliento?
No conozco ni un solo placer que no me haya venido envuelto en dolor, ni una sola equivocación garrafal que no escondiera una lección tan precisa, tan hermosa, tan cristalina y dolorosa, que no me haya definido para siempre y no me haya hecho lo que ahora soy. El dolor es lo único preciso, es lo único real, el dolor es lo único que hace que la belleza nos lo parezca por contraste, el dolor es la carretera por la que transita la vía oculta que conduce a lo que deseas, es el revulsivo. Sé feliz si quieres serlo. Pero no creas que puedes alcanzar felicidad ninguna a través de felicidad ninguna. La felicidad es sólo ausencia de sufrimiento.
Me gustaría encontrar una manera bonita de escupir esta historia. Hermosear los recuerdos hasta conseguir que las idas y venidas, que los altos y bajos, la rugosa textura conformada por mis equivocaciones, mis miedos y tus deseos a destiempo se convirtieran en una historia rosa de Collín Tellado. Una en la que hubiéramos hecho el amor como cochinos sobre la arena de la playa bajo la colina de tu casa, la misma noche que malgastamos observando en la penumbra como los narcos descargaban fardos sin pudor ninguno.
Sobre la arena. Con mis dientes castañeteando y tus ganas tan palpalbles que también sonaban.
Me gustaría decir que no fui consciente del momento en el que momento pasaba, ese instante mágico y tan poco lúcido en el que las hormonas todo lo nublan y todo es posible. Pero eso también lo dejamos pasar. Es fácil verlo tan claramente ahora. Y, después de aquello, sólo podíamos ser conocidos, aunque me amaras mucho y me amaras de verdad. Aunque insistieras. Aunque el contacto de tus dedos sobre mi muñeca me deshiciera las bragas. A partir de ese momento que no fue momento, donde podía haber habido luces y besos y dulces, yo sólo podía ver el peligro.
Sobre tu cama, la noche que enfermaste con paperas y te despertase alucinando. Tu frente ardiendo apoyada en mi barriga mientras vestía como podía tu cuerpo enorme para llevarte a urgencias. Darte papillas de Maicena y aguantar tus quejas, una semana entera, mientras el sol nos hacía rabiar a través de las ventanas abiertas.
Me gustaría decir que supe en el momento preciso que abandonaste este mundo, que toda mi existencia se paró mágicamente y que mi respiración se hizo pesada con la certeza de que no estabas, de que ya no estabas más. Y de que yo no estaba contigo. Pero no sería cierto. Mientras tu corazón de cabrón redomado daba el último latido yo estaba en casa, comiendo fabada asturiana de bote y escribiendo, o leyendo, o haciendo cualquiera de las bobadas imbéciles en las que malgasto mi tiempo. Y ni siquiera puedo decir que me enterara inmediatamente. Nadie vino hasta mi casa corriendo. Creo que, incluso, me acosté esa noche, tranquila, en mi cama, mientras tu puto cuerpo se enfriaba en otro sitio. No hubo alivio. Yo no era nadie una vez que tú te habías ido. Cuando me enteré nadie pareció percatarse de que se me paraba el corazón del todo, de que se me iban a enfriar las entrañas hasta un punto en que conseguir respirar iba a ser un esfuerzo consciente durante los próximos 10 años.
Las tumbas son sitios tan raros, ¿ qué significan? ¿ Está tu cuerpo tostado y lleno de pecas de verdad bajo esa lápida, allí solo, enterrado? Alguien había esparcido, año tras año, arena negra de tu playa a los pies de ese sitio absurdo y en el frío castellano, he enterrado mis dedos en la playa que no existe, en la memoria que no fue y en tu pelo húmedo de agua salada. Nunca debería haber ido a ese sitio.
No sé por qué, la sensación de pérdida, que fue un dolor físico durante tanto tiempo, se ha convertido por arte de birlibirloque en ganas de ver como serían tus ojos, las patas de gallo que nunca tuviste, y la memoria de los besos que nunca me diste porque yo nunca pude ver el futuro tan lejos. Me miras desde las polaroid enterradas entre libros que han sobrevivido, pero no te reconozco. En mi cabeza, ahora realmente tienes 40 años, y sigues en la playa, y me coges de la mano y el coche de tu primo bajo la lluvia fría y hecho un desastre nunca ha existido.
Me gustaría entender por qué la cabeza hace lo que la da la gana, cuando la da la gana y no se ocupa de darme un respiro.
Te levantas con uno de esos días en los que más que apetecerte hacer nada, te preguntas si habrá manera humana de llegar a un punto en que sea posible, sencillamente, dejar de hacer. Oiga usted, ya no quiero aprender nada más. Nunca más. Paramos el carrusel justo aquí. Las caras de la gente que ha crecido a mi alrededor han acabado reflejando, exactamente, las elecciones que hicieron, las líneas del tiempo que estaban escritas, cada una de los errores que les había predicho, la observadora del tiempo que puede verlo todo y no puede parar cosa alguna. Casandra tatuada, atrapada. Tal y como estaba escrito. Y, sinceramente, si hubiera una oportunidad de dejar de verles los feos jetos, no notaría una gran pérdida. La gente hermosa, la hermosa de verdad, se ha muerto. Hace mucho. O están atrapados en cajas pequeñas de historias pequeñas en mundos pequeños de habitaciones pequeñas que no les dejan avanzar más. Atrapados por LA DUDA. Duduá. Porque ser hermoso por dentro y vivir la vida, no sobrevivir, son términos contrapuestos. Un oxímoron vital sin solución de continuidad. Una verdad universal. Otra más.
Me acuesto con la sensación amarga y chocante de ser testigo de otra epifanía que, a buen seguro, va a complicar mi insomnio aún más. El Infierno late por los cuatro costados esta noche, y mi pobre, dolorido y cansado estómago no se va a quedar atrás en el juego que le ha tocado jugar en mi propio escenario. Da igual. El dolor me pilla siempre por sorpresa y no hay trampa ni analgésico, no hay escondite al que huir. Ya está aquí. No lloro de dolor. Lloro de rabia. Y espero. Esperar es algo que se me da bien. Como Ripley, una vez esperé todas las horas del mundo y, como él, podría esperar para siempre otra vez. Espero pues. Y te puedes cansar de esperar porque, terminar, terminará justo en el momento en que te des por vencida y luego, un poco más. ¿ No es curioso? No. No lo es.
A partir de este punto no sé como continua la historia, el guionista no me ha pasado el libreto de los próximos capítulos. Voy a caminar el resto de mi tiempo a tientas, porque no sé lo que va a suceder. No puedo evitar pensar que, tal vez, no haya más guión que leer. No porque no esté escrito sino porque, una vez cogida tanta carrerilla, sea indefectiblemente imposible salirse del camino. Tal vez no haya guión porque no haya más nada que narrar. Tal vez no haya camino, sólo el espejismo de que haya un camino. No lo sé. Que vamos deprisa ahora es lo único que veo. Y aún así...
Yo recuerdo el aroma de tu jersey al volar sobre tu cabeza de un tirón. Y hay un tipo de atardecer, sobre la carretera, en el que el aire se refresca y, desde el asfalto, sube el calor del día; las ruedas rugen sobre la carretera y mi mano libre está apoyada en el cromo de la ventanilla bajada, con timidez. Bajo mi pie derecho siento el motor del coche, vivo, vibrar. Sé bien hacia donde vamos. En el oeste el sol está jugando a haberse comido un tripi y fantasea con colores que no son muy razonables, incluso para Él. El viento tiene una cualidad casi sólida y puedo sentir el olor de mi casa acercándose a lo lejos, aún a kilómetros de mi. Voy a escribirte palabras de saliva en la espalda caliente y a descorchar ese vino que he guardado durante inviernos e inviernos no sé muy bien por qué. A la noche, el fresco se convertirá en frío y recuperaré tu jersey mientras la piel de mis piernas se divierte, de punta, jugando a ser gallina, mientras las lechuzas hacen pasadas silenciosas y blancas como espectros. Mientras a los estorninos les da la ventolera de cantar los últimos grandes éxitos justo antes del amanecer. Sentada en el escalón de la puerta. Con un tazón de café amargo y caliente entre mis manos. Mientras duermes un sueño que nunca has dormido porque tú nunca has estado aquí. Porque hace mucho tiempo que perdí tu jersey y mi derecho a estar aquí. A conducir en el atardecer caliente hacia el fresco tachonado de promesas de que, al día siguiente, habrá un día siguiente diferente. Y aún así....
Se apostó entre las sombras, en calma. Paciencia infinita que duró años. Se comió las ganas y las lágrimas, se alimentó a base de imaginar la misma escena una otra vez. Se desprendió de todo lo superfluo, de todo lo que no estuviera encaminado a un mismo objetivo. A base de morderse los carrillos por dentro de la boca, perdió la capacidad de dolor. La punta de la lengua la recordaba, al tocar la llaga en carne viva, que había un bien superior más allá de olvidar, de estar relajada, de avanzar. Triunfar y vivir era la mejor venganza. Así pues vivió, con el automático puesto para siempre hasta que el automático se convirtió en lo espontáneo y lo espontáneo murió. Hasta que el disfraz que le apretaba, que no era ella y le iba demasiado ajustado se confundió con lo que ella era y dejó. El recuerdo de por qué todo aquello al final se fue extinguiendo, a base de reprimir el pensamiento y lo que había anhelado, deseado, lo que había respirado y vivido antes quedó en el olvido y dejó de ser importante.
Simplemente esperó. Cuando esperar es lo más difícil que se pueda imaginar.
Cuando al final el día llegó, el automático -perfectamente engrasado y entrenado- se hizo con la situación y las palabras precisas surgieron de sus labios helados sin pensar siquiera. Sin miedo, sin preocupación, sin dudas morales. Disparar y matar. La venganza total no es un plato que se sirve frío, es el infierno congelado, es el espacio exterior sin aire, es dejar de respirar por un momento y para siempre y disfrutar del latido angustiado que se ha parado en la vena de tu frente. Es el vacío. Es el placer infinito. Es que se te encojan las entrañas en el orgasmo intelectual más exquisito. Golpear y rematar. Es no pensar nunca, nunca más.
Lamer el filo de la navaja que tú misma has construido, fundida con las esquirlas partidas que un día quedaron de ti. Y la vida, mientras tanto, avanza. Es posible que, en el camino, no puedas recuperar jamás las cosas que has perdido pero, a quién le importan si el sacrificio que hiciste te ha cambiado tanto por dentro que no notarías la perdida aunque te dieras de bruces con ella. Sí, la vida continua, vale, es cierto. Pero en esta vida hoy hay uno menos. Y en vez de lamentase y preguntarse que hubiera pasado si no nos hubieran dañado, si una que era bastante imbécil no se hubiera topado con un agujero negro -por una vez- te has vengado. Te has vengado de verdad. Y la venganza no es un plato que sepa nada, nada mal.
Cuando las victimas se convierten en verdugos es cuando el mundo puede de nuevo girar.
En este retortillo de no permitirse avanzar y llegar a parte alguna, tarda menos en perderse en su memoria un perfecto plan que funciona que en ponerse a funcionar. Cuando se da cuenta, tiene que volver a poner todas las piezas juntas. Así se ve convertida en cancerbero del cancerbero interior, ese que sólo sabe apuntarla con el dedo. Se chupa los brazos salados como medida preventiva del olvidar que bajo la ropa de invierno tiene el cuerpo. Hay uno, sí. Espíritu hostil, que en cuanto se amansa se muere y deja de existir. La voz que habla por dentro está muy triste y afligida: Mamá, yo quiero ser una nena buena y ser feliz, pero lo que le va y realmente le funciona es hacerlo todo a la contra. Vamos a sacar ventaja de la educación infantil retorcida y al revés. A la contra, pues. Saca los dientes. Y si el gesto le pilla con la lengua aún sobre la piel del brazo, ya le recordará la sangre que si ella sangra -ella que es su único enemigo y por ello indestructible- los demás se pueden morir sólo de intuir lo que se viene encima.
No lo hacen. Las hormigas obreras lo hacen de pena con eso de de poner a prueba a la gente.
Tiene la piel ferpecta, y el iris de los ojos tan hermoso que hace daño zambullirse dentro. Plaf, mirarle a los ojos es como tener sexo. Ojos de alcoba. El pelo ferpecto, y los hombros ferpectos y la polla ferpecta también. Que sea o no perfecto por dentro no tiene importancia alguna, lo bueno de darse una misma todo lo que una necesita es que no va reflejando en los caballeros ferpectos los ideales ferpectos con los que los demás sueñan despiertos, entre sábanas calientes, para completar un muy imperfecto día. Espíritu hostil para él también. No es que den muchas ganas de ponerse en modo destructora cuando la agarra con esas manazas por la cintura, pero mejor ella que él.
Prefiere morirse de soberbia y de ir sobrada que dejar de aprender un sólo día. Sedienta y hambrienta, los músculos de la espalda tan agarrotados que los tirantes del sujetador hacen daño. Pues si hacen daño, el sujetador está sobrando también. Como todo lo demás. Aprender las cosas de una en una. Olvidaras y volverlas a aprender. Volver a aprender otra vez que se olvida lo aprendido, aprietar los dientes y superar la desilusión de no aprender lo suficiente. Espíritu valiente. No tiene que dejar de ser quien es.
Tenía un dedo apoyado sobre su sien, un dedarro enorme, un mazacote de carne con la piel alrededor de la uña gruesa como la cáscara de una naranja, y es fascinante en las cosas que se fija una cuando el cuerpo debería estar en estado de alerta -correr o morir- y todo es más bien atención al detalle y el juego de brillos y luces sobre la piel aceitosa de su cara, los poros como cráteres a 6 centímetros escasos de mi cara, y una aureola dorada sobre su coronilla, el resto del mundo enmarcado en negro, un negro vivo y aterciopelado. No sé como coños he adquirido de repente tanta perspectiva, ojitos de mosca que lo ven todo en 360 grados de perspectiva. La ira -la suya- vuelve su imagen borrosa y palpitante, como en un efecto cinematográfico, y me pregunto si en realidad no se estará produciendo una reacción hexógena y real a nivel atómico a su alrededor, como la gamba minúscula aquella que bate la cola y produce una fisión del agua del mar instantánea. Menuda manera de matar. Ñam. Tengo los bornes de las emociones desconectados para siempre. La hostia va a ser histórica. Y es siempre sorprendente.
“You have to get away from them. You have to get as far away as you can otherwise they'll kill you with their lives. They don't know what they do. They are careless with themselves and they take too much for granted. They make their shortcomings your problem. The only way to keep your head above it and heal your wounds is to crawl away.” * Henry Rollins, Black Coffee Blues
Es la extraña cualidad de los días a oscuras la que parece aplastar hasta la capacidad de dejar los caballos salvajes libres y no queda más que ver la tele o esconder la cabeza en un libro, si se te regaló la capacidad de leer, o, la mayor parte de las veces, gastar y mientras gastar continúe lamentarse de no poder gastar lo suficiente. Mientras, yo veo mi extraña vida sumergirse por tercera vez en la pobreza y no puedo dejar de preguntarme cuándo y de qué manera perdí también la capacidad de asustarme ante esto también.
Y no es lo que empieza con ganas de cosas ( o de comer cosas, ejem), ni el frío, sino la situación prolongándose en el tiempo lo que hace que los objetos cotidianos degeneren. Y tu persona con ellos. Y tu salud también. Cuando no hay dinero -dinero de verdad- los electrodomésticos que se estropean no se arreglan, el empaste que se cae no se renueva, las gafas que ya no te permiten ver bien dejan de ser usadas y se olvidan en una estantería, mientras tú te convierten en un gnomo cegato. Un gnomo cegato y congelado, que se va a duchar a la piscina municipal y que decide sin angustia alguna si paga la factura de la luz o compra algo de comer.
Pin up se maquilla igual por las mañanas. Pin up es indestructible como un puto bloque de marmol travertino. Y, al menos, igual de mona. Aunque el maquillaje que pin up usa, de marca, ha venido en un paquete postal desde Suiza de la mano de una amiga que lo ha usado y ya no lo necesita más. O la hidratante que se está dando por las noches haya llegado desde Francia en otro paquete postal, porque existen personas que, al leer, VEN. Pin up se come a dios por una pata, se come a los morlocks a puñaos, pin up puede con todo y con todos. Pin up, algunos días, hasta consigue estudiar.
En el cielo raso de mi dormitorio hay pegado un pequeño trozo de cel-lo con corazoncitos rosas y rojos que, alguna vez, sujetó algo allí arriba. Tumbada en mi cama, al bies, lo observo y me concentro y el resto del universo deja de latir y de sentir y de estar y de ser. En alguna parte hay un ser humano con mi misma sangre indestructible corriendo por sus venas, convencido de que hizo las cosas bien.