First play, luego lee.
Me gustaría encontrar una manera bonita de escupir esta historia. Hermosear los recuerdos hasta conseguir que las idas y venidas, que los altos y bajos, la rugosa textura conformada por mis equivocaciones, mis miedos y tus deseos a destiempo se convirtieran en una historia rosa de Collín Tellado. Una en la que hubiéramos hecho el amor como cochinos sobre la arena de la playa bajo la colina de tu casa, la misma noche que malgastamos observando en la penumbra como los narcos descargaban fardos sin pudor ninguno.
Sobre la arena. Con mis dientes castañeteando y tus ganas tan palpalbles que también sonaban.
Me gustaría decir que no fui consciente del momento en el que momento pasaba, ese instante mágico y tan poco lúcido en el que las hormonas todo lo nublan y todo es posible. Pero eso también lo dejamos pasar. Es fácil verlo tan claramente ahora. Y, después de aquello, sólo podíamos ser conocidos, aunque me amaras mucho y me amaras de verdad. Aunque insistieras. Aunque el contacto de tus dedos sobre mi muñeca me deshiciera las bragas. A partir de ese momento que no fue momento, donde podía haber habido luces y besos y dulces, yo sólo podía ver el peligro.
Sobre tu cama, la noche que enfermaste con paperas y te despertase alucinando. Tu frente ardiendo apoyada en mi barriga mientras vestía como podía tu cuerpo enorme para llevarte a urgencias. Darte papillas de Maicena y aguantar tus quejas, una semana entera, mientras el sol nos hacía rabiar a través de las ventanas abiertas.
Me gustaría decir que supe en el momento preciso que abandonaste este mundo, que toda mi existencia se paró mágicamente y que mi respiración se hizo pesada con la certeza de que no estabas, de que ya no estabas más. Y de que yo no estaba contigo. Pero no sería cierto. Mientras tu corazón de cabrón redomado daba el último latido yo estaba en casa, comiendo fabada asturiana de bote y escribiendo, o leyendo, o haciendo cualquiera de las bobadas imbéciles en las que malgasto mi tiempo. Y ni siquiera puedo decir que me enterara inmediatamente. Nadie vino hasta mi casa corriendo. Creo que, incluso, me acosté esa noche, tranquila, en mi cama, mientras tu puto cuerpo se enfriaba en otro sitio. No hubo alivio. Yo no era nadie una vez que tú te habías ido. Cuando me enteré nadie pareció percatarse de que se me paraba el corazón del todo, de que se me iban a enfriar las entrañas hasta un punto en que conseguir respirar iba a ser un esfuerzo consciente durante los próximos 10 años.
Las tumbas son sitios tan raros, ¿ qué significan? ¿ Está tu cuerpo tostado y lleno de pecas de verdad bajo esa lápida, allí solo, enterrado? Alguien había esparcido, año tras año, arena negra de tu playa a los pies de ese sitio absurdo y en el frío castellano, he enterrado mis dedos en la playa que no existe, en la memoria que no fue y en tu pelo húmedo de agua salada. Nunca debería haber ido a ese sitio.
No sé por qué, la sensación de pérdida, que fue un dolor físico durante tanto tiempo, se ha convertido por arte de birlibirloque en ganas de ver como serían tus ojos, las patas de gallo que nunca tuviste, y la memoria de los besos que nunca me diste porque yo nunca pude ver el futuro tan lejos. Me miras desde las polaroid enterradas entre libros que han sobrevivido, pero no te reconozco. En mi cabeza, ahora realmente tienes 40 años, y sigues en la playa, y me coges de la mano y el coche de tu primo bajo la lluvia fría y hecho un desastre nunca ha existido.
Me gustaría entender por qué la cabeza hace lo que la da la gana, cuando la da la gana y no se ocupa de darme un respiro.
Diooooooooooooooooos qué dolor.
ResponderEliminarUn dolor apagado,con sordina.
Julieta ha sido otra vez inoportuna a sus sentimientos.
Que nítidas se nos presentan las ausencias.
El ser que amas,cuando esta delante, no te deja ver el bosque.