Con las manos atadas a la espalda, atadas a la espalda. Con la mente libre a cien por hora, a cien mil kilómetros por hora, rastregando los brazos contra las paredes, contra las ideas, contra ti si hace falta. Contra ti estaría la mar de bien. Con las manos atadas a la espalda.
Me dejo caer hasta el suelo, porque yo quiero. Ya subiré otra vez. Sé lo habla, sé lo que dice, hasta aquí todo fueron juegos, preparativos, preliminares. Sé de lo que habla, me rebelo, rujo y me rebelo. Hago mohines contra el espejo, el espejo que distorsiona las imágenes de lo que ha sido, está roto en el suelo. Me va a dar igual. Con las manos atadas a la espalda ahora también puedo avanzar.
Hay una arboleda en el espacio infinito que bordea las dos de la mañana, a donde van a parar los sueños inmaculados, los que nunca definiste con palabras, los escondidos, los que el mal hacer del aprender no ha podido mancillar, los ni siquiera te atreviste a mirar de frente, a ponerles nombre, los que tu mente no podía siquiera preveer. Espejos de carne. Los sueños que sólo puedes conocer cuando has perdido el miedo, el miedo que se pierde cuando has tenido todo el miedo del mundo. Del mundo mundial. Todo para ti. El miedo, los hilos finos -sí, a veces son hilos rojos- unidos en una soga gruesa, a tu espalda, las manos atadas a la espalda, corriendo entre la arboleda.
A las dos de la mañana.
Sé de lo que habla. Estoy oyendo su voz. Entre la arboleda. Hacia la arboleda.
...la arboleda que bordea las dos de la mañana...
ResponderEliminarPuf!
Si,y no sé por qué, me empeño en visitar esa zona fronteriza fisicamente ...extrañamente..
es verdad que el miedo alimenta...el subidón de una madre coraje sin la molestia de haber parido...adictivo
Me entiendo cosas,gracias.
Jartándome de buena lectura.
Caballero ( por las buenas formas, no por la barba cana):
ResponderEliminarEs usted el sueño de cualquier bloguero. Un lector que disfruta. Y comenta :)