Acaricio con un pie descalzo el polvo del suelo de terrazo del balcón y miro el peatón verde parpadear en el semáforo a 100 metros de aquí. Plick, plick, plick, plick. En absoluto silencio. Un borracho pasa y la brisa suave sopla entre los dedos de mis manos. Entre los dedos de mis manos.
Por las olas verdes y cargadas de arena entre los dedos de mis manos, las páginas de libros que amarillean cerrados y que no puedo leer. Oler. Los trenes que, de dos golpes secos, comienzan su viaje nocturno en este preciso momento sin moverse de su sitio, viendo el paisaje gris noche cerrada y amarillo lámpara de sodio correr. Los viajes que no podré hacer. Los viajes que no podré hacer. Las conversaciones perdidas en universos paralelos donde todo es aprender, donde todo es aprender, donde todo es saber y soñar con saber y apoyar la cabeza en la almohada y soñar con, al día siguiente, volver a aprender. Por las sobremesas entre los árboles perdidas, por las hormigas dibujando arabescos de pequeños granos de arena bordeando las chanclas amarillas bajo el sol que no puedo sentir. Por las almohadas frescas y los desayunos de terraza de hotel. Por avanzar y caer y volver a avanzar y crear y saber. Por las olas verdes y cargadas de arena, hacia las olas azules y profundas y dormir.
Un chupito de morfina para todos.