Se apostó entre las sombras, en calma. Paciencia infinita que duró años. Se comió las ganas y las lágrimas, se alimentó a base de imaginar la misma escena una otra vez. Se desprendió de todo lo superfluo, de todo lo que no estuviera encaminado a un mismo objetivo. A base de morderse los carrillos por dentro de la boca, perdió la capacidad de dolor. La punta de la lengua la recordaba, al tocar la llaga en carne viva, que había un bien superior más allá de olvidar, de estar relajada, de avanzar. Triunfar y vivir era la mejor venganza. Así pues vivió, con el automático puesto para siempre hasta que el automático se convirtió en lo espontáneo y lo espontáneo murió. Hasta que el disfraz que le apretaba, que no era ella y le iba demasiado ajustado se confundió con lo que ella era y dejó. El recuerdo de por qué todo aquello al final se fue extinguiendo, a base de reprimir el pensamiento y lo que había anhelado, deseado, lo que había respirado y vivido antes quedó en el olvido y dejó de ser importante.
Simplemente esperó. Cuando esperar es lo más difícil que se pueda imaginar.
Cuando al final el día llegó, el automático -perfectamente engrasado y entrenado- se hizo con la situación y las palabras precisas surgieron de sus labios helados sin pensar siquiera. Sin miedo, sin preocupación, sin dudas morales. Disparar y matar. La venganza total no es un plato que se sirve frío, es el infierno congelado, es el espacio exterior sin aire, es dejar de respirar por un momento y para siempre y disfrutar del latido angustiado que se ha parado en la vena de tu frente. Es el vacío. Es el placer infinito. Es que se te encojan las entrañas en el orgasmo intelectual más exquisito. Golpear y rematar. Es no pensar nunca, nunca más.
Lamer el filo de la navaja que tú misma has construido, fundida con las esquirlas partidas que un día quedaron de ti. Y la vida, mientras tanto, avanza. Es posible que, en el camino, no puedas recuperar jamás las cosas que has perdido pero, a quién le importan si el sacrificio que hiciste te ha cambiado tanto por dentro que no notarías la perdida aunque te dieras de bruces con ella. Sí, la vida continua, vale, es cierto. Pero en esta vida hoy hay uno menos. Y en vez de lamentase y preguntarse que hubiera pasado si no nos hubieran dañado, si una que era bastante imbécil no se hubiera topado con un agujero negro -por una vez- te has vengado. Te has vengado de verdad. Y la venganza no es un plato que sepa nada, nada mal.